miércoles, 20 de octubre de 2010

La muerte en las diferentes culturas

Jungla de asfalto
20 de octubre de 2010

Ya se acerca el 2 de noviembre y en nuestros comienza un festejo muy peculiar en el que los invitados de honor llegan sin ser vistos.

Esta costumbre mexicana es una de las más conocidas en el mundo e incluso se ha convertido en una atracción turística para miles de viajeros que llegan al país a admirar los rituales de día de muertos.

Nuestra cultura es tan ha estado tan ligada a la muerte y el más allá desde nuestros antepasado, que nos damos el lujo de burlarnos de ella.

En las famosas “calaveritas” podemos dar por muerto a todo mundo sin que esto represente una ofensa, porque ya es parte de una tradición popular.

Tal vez el hecho de que asimilemos la muerte de una manera tan normal, tiene que ver con que desde las culturas prehispánica, la muerte no era un fin sino un principio.

Para la mayoría de los pueblos morirse era una transición hacia algo mejor y por ello se ponía a los difuntos toda clase de objetos que les servirían en su viaje a la muerte.

Las generalidades de las culturas prehispánicas en torno a la muerte eran:

Generalmente los muertos iban a Mictlán ó lugar de los muertos.
Los que morían ahogados iban al Tlalocan o lugar de Tláloc.
Quienes morían en parto o batalla, tenían como destino la casa del sol.
Para llegar a su destino debían superar una serie de pruebas acompañados de un perro que era incinerado y enterrado con ellos.
El viaje terminaba cuando cruzaban un caudaloso río montados en su perro.
Al llegar podían enfrentarse a Mictlan-te-cu-tli si habían sido buenos, o a Tezca-tli-poca si habían sido malos.
Se pensaba que este viaje por el inframundo duraba 4 años para llegar al su lugar de descanso final.

Luego llegaron los españoles y el concepto de la muerte se modificó de acuerdo a la religión católica, pero lo cierto es que la costumbre también fue víctima del mestizaje.

Ambas tradiciones, la prehispánica y la religiosa se mezclaron hasta llegar a lo que es hoy en día.

Actualmente, en México, el 1 de noviembre es el día de Todos los Santos y en ese día también se recuerda a los niños fallecidos.

En el tránsito del día 1 al 2 tiene lugar la fiesta de los Fieles Difuntos y se cree que sus almas regresan por ese único día a visitar a los vivos.

Es por ello que aún se acostumbra poner caminos de flor de cempasúchitl para guiarlos a sus moradas y poner ofrendas con lo que más les gustaba en vida.

Lo que no puede faltar en una ofrenda son los cuatro elementos del mundo:

Tierra: representada con los frutos que da y que aromatizan la ofrenda.
Fuego: se prende una veladora por cada alma recordada y otra por el alma que fue olvidada.
Agua: es fundamental un vaso de agua para calmar la sed de los difuntos por el largo viaje.
Viento: se debe representar con algo que el viento mueva fácilmente, de ahí la importancia del ligerísimo papel picado, que además da color y adorna las ofrendas.

En la ofrenda también se coloca sal para purificar, copal para que las ánimas se guíen por el olfato. comida, pan de muerto, calaveras de azúcar, bebidas, dulces, etc.

Pero al igual que en México, existen otros países con costumbres milenarias en torno a la muerte.

GRECIA Y ROMA

El culto a los muertos era idéntico en Grecia y en Roma, y se centraba en la idea de la inmortalidad del alma.

Cuando una persona fallecía, los encargados de prepararlo eran las mujeres de la familia. Le daban primero un baño de agua y luego otro de aceite aromático.

Se envolvía al difunto en un sudario dejando el rostro al descubierto y se le ponía algunas alhajas.

Lo más significativo y que ha pasado a la historia como leyenda tradicional es la moneda que ponían lo griegos en la boca y los romanos en los ojos del fallecido.

Esta moneda servía para pagar al barquero que transportaría el alma del difunto hasta su destino final, el de Hades según la mitología griega.

Al día siguiente del deceso y una vez el cuerpo estaba listo, se exponía en el domicilio para velarlo, de ahí nace esta tradición del velatorio.

Los pies del difunto debían señalar a la puerta y la cabeza debía cubrirse de flores.

El velorio duraba 3 días y después se procedía a la sepultura o cremación.

Tanto los griegos como los romanos, creían que si no se velaba el difunto sus almas estaban condenadas a vagar eternamente.

Los únicos que no eran enterrados eran los delincuentes y los suicidas, porque, según el pueblo, no eran merecedores de esta tradición.

EGIPTO

Para la cultura egipcia la vida después de la muerte era una cosa segura.

Su trato hacia los muertos fue sumamente especial, pues creían que después de morir, el alma del hombre podría vivir eternamente, según el tratamiento de su cuerpo y su tumba.

Precisamente para preservar el cuerpo de la corrupción perfeccionaron la técnica del embalsamiento, y lo hicieron tan bien, que muchas momias se han conservado en excelentes condiciones.

Muchas tumbas están ocultas en las pirámides egipcias, que estaban destinadas para los faraones y la familia real.

Los cuerpos se colocaban en sarcófagos que se adornaban de acuerdo a la jerarquía del muerto.

En la tumba se ponía oro y utensilios que servirían al muerto en su siguiente destino, también se incluían animales que los acompañaban en su viaje al otro mundo.

Incluso hay tumbas donde se han encontrado a sirvientes que se cree fueron sacrificados para servirlos en su otra vida.

Para lograr vivir eternamente debían realizar antes un viaje a través del peligroso mundo subterráneo poblado de monstruos y lagos ardientes.

Para luchar contra ellos, la momia estaba armada con una colección de conjuros mágicos, escritos en el Libro de los Muertos.

CHINA

Los chinos, al igual que otros pueblos asiáticos, creen en la inmortalidad del alma.

Es por ello que respetan no sólo a sus ancianos que aún viven, sino también a sus ancestros fallecidos.

Cuando ocurre una muerte, se llevan a cabo ritos fúnebres elaborados que pueden ser taoístas, budistas, o una combinación de ambos.

Por respeto, los miembros de la familia se abstienen de comidas abundantes o celebraciones de cualquier tipo durante siete períodos de luto, que duran 7 días cada uno.

En caso del fallecimiento de uno de los padres, abuelos o bisabuelos, si un miembro de la familia quiere casarse debe hacerlo durante los primeros cien días después de la muerte.

Si no lo hace en ese lapso debe esperar un año para casarse.

Después de que termina el período de luto, la familia sigue realizando ritos ceremoniales al alma del fallecido en el aniversario de su muerte, el Día de los Difuntos y en otros festivales.

Los funerales se efectúan en la forma de cremaciones o entierros.

Si la persona es enterrada, después de que hayan transcurrido unos siete años los huesos se sacan en medio de un ritual para ser limpiados y vueltos a enterrar.

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